viernes, 3 de agosto de 2012

galician octopus



Mientras veía un reportaje en la televisión sobre el pulpo á feira, uno de nuestros principales manjares gastronómicos, que no puede faltar en una mesa el día de fiesta sobre todo en un ambiente popular, que  caracteriza a nuestro país ya de por si conocido por el buen comer, y tras oir las enseñanzas culinarias de un experto en el arte de pescar, cocinar y por supuesto comer el pulpo en la que recomendaba introducir unos céntimos de cobre en la tartera en la que se iba a cocer el cefalópodo, me vino a la mente el recuerdo de  la reboda de mi hermano en Galicia, reboda, porque previamente habiamos tenido  la boda en Manchester, con una celebración típicamente british, con pamelas, sombreros de copa y  muchos chaqués con chalecos estampados, cada cual menos discreto.

Con un colorido primaveral, una novia que no envidiava para nada a Lady Di, con aquel vestido un tanto repolludo y nosotros, el puñado de españoles dispuestos a pasar el teatrillo lo mejor posible, vestidos en su mayoría de negro, debido a la moda del año, pero con disgusto para los ingleses, que no comprendían el porqué del color elegido, ya que sólo suelen utilizar el negro para los funerales.

La fiesta, tras la ceremonia, se celebró en una especie de pequeño Versalles rodeado de magníficos jardines en los que logré escaparme durante un rato, mientras la gente iba perdiendo formalidad. Con los tres tres tipos de invitados, algo inusual en nuestras bodas, pero para ellos lo normal, según el tipo de relación que tuvieras con los novios, así tenías derecho a comer sentado y aguantar todo el fiestorro hasta la madrugada, como era mi caso, uff, por algo era la hermana o  llegar a la mitad de la fiesta y  merendar tipo cumpleaños de tu hijo, con medias noches y copa de champán tomando los restos de la tarta, (para eso que no me inviten, pero este tipo B, entre los que  abundaban compañeros de trabajo o exjefes y exvecinos, parecian contentos también, quizás por no tener que pasar tanto rato sentados o no tener que gastar tanto en el regalo), pero podía ser peor todavía y eran los que estaban invitados sólo a la ceremonia religiosa, unos pobrecillos a los que no tuve el placer de conocer, ya que se debieron de marchar antes de terminar por no pasar la vergüenza y a los que no pude disculparme e invitarlos a unas cañitas en el pub mas cercano.

Como la representación familiar española quedó reducida a la mínima expresión, los novios, sobre todo mi hermano decidió repetir la celebración en el continente, a nuestro estilo.Y así ayudados por el clan familiar, decidimos sorprender a los ingleses que decidieron repetir, y eran mas que los que fuimos a la primera con una galician party, bajo una carpa de feria, mesas de madera blanqueadas por la lejía, banderines y bombillas en el techo y para gran alegría de todos una pulpeira y un aguardenteiro de verdad, en acción.

La pulpeira, para los que no conozcan nuestras costumbres es una mujer de armas tomar, acostumbrada a lidiar con los pulpos como si fueran Mihuras, que cuece con especial atención al animal y tras ensartarlo con gran habilidad con un gancho de hierro, emprende la acción de cortarlo con una tijera, en rodajas sobre un plato de madera sobre el que salpimenta los trocitos del pobre cefalópodo con gran fruición.

Para un gallego, acostumbrado desde niño a esta operación, es como ver pelar una patata, pero podeis imaginaros a los ingleses....con los ojos fuera de las órbitas y una sonrisa que parecía el inicio de una arcada, situados por mi familia en primera linea para que no pudieran perderse un detalle, mientras veian salir plato, tras plato, sin descanso, de las enrojecidas manos de la pulpeira, que disfrutaba viendo comer, lo que para la gran mayoría de invitados, expertos en muchos casos en la gastronomía galaica, el mejor pulpo comido en nuestra vida, mientras bajaban riadas de Ribeiro, líquido adecuado para la ocasión.

Recuerdo que de la mesa de los ingleses, el pulpo ni se tocó, retirandose los platos como llegaron y de uno en uno fueron  desapareciendo sigilosamente de la fiesta, decididos a merendar al salón de la casa, un té con bizcocho, mientras resonaban en la lejanía cánticos tradicionales, como es costumbre terminar en cualquier fiesta galaica que se precie.
Sobre la reboda nunca se vuelto a mencionar ningun detalle con ellos, mientras que con el resto de los invitados españoles, todavía, con el paso de los años coincidimos con el acierto del menú. Fue inolvidable para todos, os lo podeis imaginar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Datos personales

Seguidores