domingo, 25 de agosto de 2013

lo que necesito


Ya lo he comentado alguna vez, pero siempre me repito en lo que me gusta. Los viajes te permiten conocer mundos nuevos y los libros, compañeros fieles van a donde los lleves. Los llenas de arena, de marcas de café, les pones un marcalibros nuevo, souvenir llegado de China aunque con aroma del país que visites, anotaciones, billetes de tranvía o de museo, en fín, recolectores de recuerdos. Y a la vez, su argumento te recordará siempre el lugar donde fue leido y así podras disfrutar como yo, de Grecia y su perfume de romero, en Estocolmo y entremezclar los paisajes encalados y las aguas cálidas con Gamla Stan, la zona antigua de esta preciosa capital, mientras te tomas una cerveza en Stortorget.
Algo de lo que me he dado cuenta ya hace tiempo pero que nunca comenté, es que  para mi hay lecturas de invierno, y lecturas de verano y vacaciones, supongo que el cerebro con el calor no tiene la misma capacidad de concentración y por lo menos, en mi caso se agrava si tengo que viajar en avión.
En el viaje anterior, se me ocurrió llevar Memorial del Convento, de Saramago. Pobrecito él y pobrecita yo, y mira que me gusta Saramago, pero mi claustrofobia aumentada por el poco espacio que me dejaba el compañero de fila del avión hizo que no pudiera pasar apenas de la primera página, ante el ataque de ansiedad que me estaba ocurriendo y me dediqué a estrangular el libro con las manos empapadas de miedo hasta que me lanzé al Bazaar, en versión viaje,  un plan B que siempre suelo llevar para luchar contra mis temores.
El segundo intento, ya en Portugal, hace unas semanas, fue un total fracaso. Con el calorazo  del verano, sólo se me ocurre a mi elegir a Lobo Antunes, O Archipielago da Insónia, y además en portugués, para morirse, y esta vez no iba en avión, pero es algo indescriptible su lectura en una tumbona de playa. Droga dura.

Esta vez lo pensé mejor y me dije, viaje de muchas horas de avión y otras tantas de tránsito, algo simple y alegre, sin personajes retorcidos y dobles sentidos a las palabras, facil de entender, previsible y reconfortante. Novelas que para los grandes lectores no pasan de libros de las estanterias de los aeropuertos y en ediciones baratas. Eso es lo que yo necesito. Y leer, leer sin parar mientras dure el viaje y me haga olvidar que vamos por el aire, con las puertas cerradas. Imaginar la Toscana, o Corfú, Capri en una villa palaciega o una pensión luminosa y un americano, italiano o griego fornido a tu lado en un café o una mañana brumosa en Escocia, viajando en caravana hacia unos lagos y tiempo por delante para soñar mientras viajo, que leo en una terraza en Estocolmo. Tan simple como esto es lo que necesito para descansar.

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