miércoles, 3 de julio de 2013

lágrimas de cocodrilo


Cuando estudiaba en el Colegio Mayor, recuerdo que cada principio de curso las chicas recién llegadas de provincias se adaptaban a su nueva vida de diferentes formas, las había que disfrutaban de la nueva situación desde el primer día y las que pasaban por un proceso de tristeza y lloros continuos, sin consuelo, mientras esperaban la llamada del novio, pegadas a la cabina y desahogaban su desconsuelo, compartiendolo con el pobre que se había quedado en el pueblo o en la ciudad, digo pobre, porque tenía comprobado que había una relación directamente proporcional entre el grado de tristeza y la duración de la relación. 
Así, tras la primera fiesta colegial en el que probablemente fueran todavía invitados, comenzaba un proceso de adaptación mucho mas profunda que incluía un cambio de novio y una alegría inconmensurable por la nueva soltería.
Viene esto a cuento, porque de esta historia me acuerdo siempre que dejo al pequeño en una situación nueva o desconocida como el campamento estival de este verano, de sólo quince días, donde llegó sin conocer a nadie. Siempre suele haber un niño, como esta última vez, que no para de llorar, con grandes gestos de tristeza, como esta vez, que tenía preocupado y estristecido a su padre, que no conseguía convencerlo ni despegarlo de sus piernas, intentando nosotros ayudarlo a superar la situación. Yo sabía que iba a ocurrir como las chicas del colegio Mayor que llamaban a sus novios y para comprobarlo, le pregunté a mi hijo, al ir a recogerlo, que tal le había a su nuevo amigo, si siguió llorando mucho, me dijo, que va, se pasó todo el rato jugando con las niñas.

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