viernes, 12 de abril de 2013

Mejor tarde que nunca



No tendría mas de doce años, cuando, tras el festival del colegio, me enviaron a visitar a mi padre a su trabajo. El, médico de provincias, con horarios infernales, pasaba la mayor parte de su tiempo en su consulta, y así yo, con el fin de que pudiera verme con el disfraz con el que me tocaba representar ese año, antes de volver a casa para irme a dormir, me acerqué a verle.

En pocas ocasiones entré en ese recinto, un verdadero gineceo, que mi padre, hombre bastante discreto en cuanto a temas profesionales, nunca nos hacía partícipes de lo que en el interior de sus paredes ocurría, por lo que a mi ese lugar me resultaba bastante intimidante.

Ese día me esperaba una sorpresa que hasta hoy no he podido olvidar, tras esperar haciendole compañía a la enfermera, entró en la sala, me sonrió y me dijo: ven, acompáñame, te voy a presentar a alguien, y yo, tímida y asustada entré en una de las salas de consulta y así, de repente, sin esperarlo, tuve la oportunidad de conocer a la mujer mas guapa del mundo, o por lo menos la que para mi en aquel momento me lo pareció.

No se como llegó hasta allí, ni cual fue el motivo específico de su visita, pero que mi padre tuviese en el trabajo a semejante belleza, me impactó de tal forma, que salí para casa creyendo que acababa de tener una ensoñación. Tardé años en ser consciente de  la emoción que también debió de tener él y de todo lo que pudo pasar por su cabeza, pues en casa sobre esto nunca se habló.

Alrededor de un mes mas tarde de semejante encuentro, tras llegar de su trabajo a casa, me dió una postal y me dijo, toma, para ti. Venía de Londres y no era para mí. Sólo cuatro palabras, pero cuando conseguí leerlas, volví a revivir el encuentro inesperado. La postal decía Mejor tarde que nunca, un beso, Ornella.

Aún no se como mi padre me la regaló, quizás ella fuera para él una paciente mas y él un buen profesional, pero no creo que haya olvidado nunca esa tarde que pasó con una diosa.

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